Conociendo escuelas, Amonico (Zaragoza)

 



Una de las cosas que quería hacer cuando pedí la excedencia era poder visitar escuelas, su funcionamiento, sus relaciones, su día a día.

Los que me conocéis ya sabéis que mi mirada hacia la escuela y la infancia difiere de la tradicional y me apetecía conocer escuelas en la realidad y no sólo desde la teoría. Conocer proyectos que demuestran en su día a día que hay otras formas de hacer escuela, de respetar las necesidades infantiles, escuelas conscientes donde los niños y niñas pueden seguir siendo niños.

Uno de esos proyectos que he estado visitando (y que espero seguir visitando) ha sido Amonico en Zaragoza, una escuela que hace referencia a su nombre, palabra del aragonés que significa despacio. Y es que las jornadas en Amonico ocurren así, despacio, en calma, respetando los ritmos individuales, las necesidades.

No sólo las rutinas y el espacio favorecen este ritmo, un espacio abierto donde los niños y niñas de diferentes edades pueden circular libremente, encontrarse, relacionarse; conectar con su verdadero deseo, con lo que necesitan en cada momento.

Este ritmo también se ve favorecido por las acompañantes, que como el propio nombre indica acompañan el desarrollo de cada niño y niña, observan, están a la escucha, disponibles, y sobre todo, los acompañan emocionalmente. Su postura a la altura de los peques, su tono de voz bajo, su mirada que expresa sin necesidad palabras, su tono acorde a la situación, su gesto de apertura y disponibilidad… y sobre todo, un acople y respuesta ante las situaciones emocionales intensas, los conflictos… Un acompañamiento que va dejando huella, recuerdo que un día estando en la sala de los más pequeños, un niño andaba hacia atrás mientras estiraba de un carrito de muñecas sin darse cuenta de que el garbancero estaba detrás (un gran cajón lleno de garbanzos para que puedan jugar dentro de él, trasvasar, verter…) y el peque se calló dentro. Otro niño, calculo que de primaria, que vio la escena se acercó a él y le pregunto ¿te has hecho daño? Una muestra de que cuando tu entorno te trata con respeto, respetas y te preocupas por los demás.




¿Y cómo aprenden?

Pues no lo hacen a través de clases magistrales, ni con libros de texto; sino que cada niño y niña, dentro de unas rutinas y organización del día, puede circular por el ambiente y decidir qué quiere hacer, conectando con su deseo, con su necesidad, utilizar el material disponible (algunos desestructurados, otros manipulativos, otros Montessori…) siendo acompañados por los adultos, recibiendo una respuesta personalizada. Situación que permite aprender desde una motivación intrínseca.

Un lunes cualquiera…

La mañana de los lunes comienza con una entrada relajada, sin timbre, sin esperas, sin rupturas bruscas, las familias pueden acompañar a sus peques dentro del aula. Después del buenos días, los más pequeños (los peques de 2 a 5 años) pasan a la sala de psicomotricidad para realizar una sesión de psicomotricidad vivencial relacional, tras esta, pueden circular por diferentes espacios: la sala de arte donde pueden expresarse libremente a través de diferentes materiales, la cocina donde pueden comer la fruta que necesiten, su sala de referencia donde encuentran juguetes y materiales o el Hall central donde pueden jugar y construir con diferentes materiales. En estos espacios, se encuentran con niños y niñas más mayores, se relacionan, juegan juntos, se ayudan… así como con diferentes adultos porque las familias también tienen un peso especial en el día a día.




Es cierto que todo esto es posible porque el ratio es reducido, Amonico es un proyecto “alternativo” gestionado por familias y acompañantes, pero que nos demuestra que otra escuela es posible y que lo importante no es tanto los espacios o los materiales sino la mirada hacia la infancia y el acompañamiento que reciben los niños y niñas por parte de los adultos.


Artículo publicado con anterioridad en la web de Alaya difundiendo infancia el 8 de mayo de 2019. Imágenes cedidas por el centro.

Laura Estremera