Pinceladas sobre psicomotricidad vivenciada


Continuamente utilizo Instagram para escribir pequeñas reflexiones, ideas... pero entiendo que no todos los que me seguís utilizáis estas redes sociales, así que he decidido hacer una recopilación de aquellas pequeñas publicaciones que me parecen interesantes y que me gustaría que pudiérais encontrar con facilidad. A estas entradas voy a llamarlas "Pinceladas sobre" y en este caso voy a compartir las que tratan sobre psicomotricidad vivenciada y relacional.




Cuando observamos el juego de los niños y niñas podemos atender a tres dimensiones de análisis (Gruss y Rosemberg, 2017): 

➡️Lo que hace: este nivel es el más sencillo de observar, si el niño sube, salta, corre... porque es lo más evidente ante nuestros ojos. En la imagen vemos una cuerda enroscada en la espaldera. 

➡️Lo que aprende: en la acción hay aprendizajes, este punto es en el que más hincapié solemos hacer los maestros y educadores, relacionar la acción con los contenidos escolares: si haciendo eso (enroscar la cuerda a la espaldera) favorece la coordinación, la atención, descubre una técnica para realizarlo de la forma más eficiente... es una dimensión menos visible pero evidente para un ojo entrenado. 

➡️Lo que subyace: esta dimensión es la que más nos puede costar ver y comprender, y, bajo mi punto de vista, fundamental como psicomotricista. Porque esa acción, tan sencilla a simple vista nos habla de su mundo emocional, de su historia personal, de lo que conoce, de lo que le asusta, de lo que necesita elaborar en cierta medida. Este niño en concreto, estaba en la sala creando un parque de atracciones, colocaba los módulos y otros materiales verbalizando cuáles utilizarían los niños más pequeños, cuáles los más atrevidos... pero vio la cuerda que colgaba de la espaldera y necesitó enroscarla, necesitaba que su parque fuera seguro y en esa cuerda, decía, podía engancharse un niño pequeño. Así que la colocó con esmero de la forma que le pareció menos peligrosa. 
Como véis un detalle en su juego, pero que nos dice mucho ¿cómo vive la seguridad?, ¿y el peligro?, ¿cómo percibe el entorno?, ¿necesita cuidar de los otros o de sí mismo?, ¿qué modelos observa habitualmente?, ¿qué valor le da a los límites físicos?... 

Interrogantes que desde la observación de diferentes parámetros vamos dando respuesta y que nos muestran, privilegiadamente, su mundo emocional.


Los temas sobre los que los niños y niñas juegan no son por casualidad, el juego les permite elaborar sus vivencias, darles sentido, comprenderlas, a veces incluso, atreverse, probar o afrontar lo que no pueden en vida real, o darles diferentes finales. 
En la imagen, podéis ver uno de los temas que desde hace unos meses ha cobrado protagonismo en la sala ¿imagináis lo que representa esa pelota?
Y la casa al fondo, no es casualidad, de hecho, los niños que jugaron en esta sesión en la sala habían estado  confinados. 
Y qué bueno que los niños y niñas (independientemente de su edad) dispongan de contextos libres de juicio para que, a través del juego, puedan expresar su mundo interno y elaborarlo.


Las lecturas sobre psicomotricidad nos ayudan a poner en palabras lo que observamos en la sala, y es que el juego corporal es una necesidad de los niños y niñas. 
La persecución, la destrucción, la confrontación con el otro, la agresividad expresada de diferentes maneras (ojo, que es diferente de la agresión), también debe de ser jugada pero con el cuerpo en relación al espacio, a los objetos, los tiempos y los demás. 
Estos temas que he nombrado son habituales en los juegos de pantallas o las películas, pero desde la mente en desarrollo infantil, no permiten la misma elaboración que cuando estos se asumen y desarrollan desde el cuerpo (esta secuencia es lo que os muestro en la ilustración).
Daniel Calmels en su libro El juego corporal nos habla sobre este asunto y nos explica cómo desde la sala de psicomotricidad se recuperan las experiencias "lúdicas corporales", dejando los niños y niñas de ser espectadores para poder ser protagonistas.


El juego es una vía natural de expresión para la infancia y también de reelaboración de aquello que les supone un conflicto, que no entienden, que les abruma... 

Por ese motivo los niños y niñas necesitan jugar sus miedos, algunos concretos y otros universales. 

El miedo a ser devorado, a través de escapar del lobo, el cocodrilo, el león o los tiburones, para más adelante jugar también a ser ese "agresor". 

El miedo a ser perseguido, juego que permite transformarse en el héroe que "ya no tiene miedo" y que no puede ser destruido. 

¿Y qué me decís de aquellas historias que les dan cierto miedo y que les gusta escuchar una y otra vez? 

Con el juego pueden permitirse perder los límites que les dan seguridad y encontrarlos, representar lo que les da miedo para atenuarlo, pueden enfrentarse a su miedo para dominarlo y transformarlo. 

El miedo no sólo está presente en Halloween, es un componente habitual de sus juegos, si les permitimos jugar.


Los niños y niñas comunican con su cuerpo, con su acción, con su juego... mucho antes que con palabras.
Este lenguaje no verbal es anterior al verbal, y es de esta comunicación,  compresión y de las palabras que vayamos poniendo a sus gestos, acciones, emociones... de la que emergerá y se desarrollará el lenguaje.